miércoles, 3 de junio de 2009

Nuestra historia III



Cada vez que pienso en vos me siento vacío como una planta sin luz para vivir. Es entonces cuando me cuestiono mi estado y trato de mirar más allá pero caigo en una vaga idea, pues mi ceguera me impide hacerlo. Todo lo que creía hasta hace poco comienza a desvanecerse, a apagarse muy lentamente. Me cuestiono a mi mismo por qué te siento de esa forma, vacilo entre mis dientes y la historia se repite.

Al poco tiempo empieza llover y percibo las gotas caer sobre mi rostro. No es tarde pero tampoco es temprano. Quiero caminar y llegar hacia vos, temo no saber que decirte. Mientras espero, todo mi cuerpo se humedece por la lluvia y me quedo ahí, sentado en el banco en el que te creí conocer. La espera se hace larga, nada llega a su fin. Distintas palabras intentan emerger en mi cabeza. Se forma una nube pero todo se confunde y nada se logra esclarecer. Los matices acaban por formarse al igual que un pintor decora su cuadro para darle luz. En este caso, el problema es que la luz es sombra y la sombra me apagó.

De repente percibo el aroma que emana de tu piel como el perfume que ofrecen las rosas que solíamos juntar en el parque. Ya no es momento de convocar a los recuerdos ni a la nostalgia sino más bien es momento de entenderme, de comprenderme, de reflexionar. Sigo el contorno de tu cara con mis labios y noto cierto temblor nervioso en vos. Sin embargo cedés ante mi juego que nunca practicamos. Tu mano se desliza frágilmente por mi cuerpo. Abro los ojos, me detengo y tu mirada se dirige hacia mí velozmente como si algo estuviese mal. Anhelo regresar los recuerdos y ninguno viene a mi mente. La vaga idea del tiempo lo explica todo. No creo conocerte lo suficiente para hacer lo que estoy haciendo, por más de que te guste. Tal vez te conozco hace tan poco que apenas puedo recordar tu nombre con facilidad. O tal vez eso simplemente me basta para decirte que te amo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario